top of page

Más allá del punto nítido. 

 La profundidad de campo en La zona de interés

la-zona-de-interes-glazer-zumzeig1.jpg

La lente digital mira al Holocausto 

Tras una prolongada pantalla en negro, La zona de interés nos sitúa en una mañana soleada junto a un río cercano a un bosque. De entre los matorrales surge un hombre de mediana edad, seguido por su familia. No lo sabemos aún, pero es el comandante Rudolf Höss, el militar al cargo de la organización y funcionamiento de la máquina de matar que fue Auschwitz. Ya en esta primera aparición, la imagen del personaje está caracterizada por una baja profundidad de campo. Esta elección permite destacar la figura de Höss en contraposición a un fondo emborronado. El protagonista es el punto más nítido en el plano y a través de él llegaremos al hogar en el que vive con su familia: una villa con jardín cuya única separación del campo de exterminio es un muro con una alambrada. 

 

Jonathan Glazer eligió filmar en digital, lo que le proporciona una imagen de nitidez cortante. También se  autoimpuso usar luz natural en la medida de lo posible. Su objetivo era evitar “cualquier tipo de fetichización o glamurización de estos personajes”[1]. Por esa razón llama la atención que elija trabajar con baja profundidad de campo únicamente en momentos en los que captura al comandante a solas y fuera de su casa. Las escenas filmadas en el hogar del protagonista poseen una alta profundidad de campo que nos permite ver cada detalle, siempre enmarcadas en planos medios o generales. A lo largo del film se captura la cotidianidad y la rutina mediante el despliegue de cámaras ocultas. Esta elección, remite directamente a dispositivos de vigilancia. El realizador vertebra una visión que aspira a una mirada aséptica de esa familia nazi que vive disociada del mal. Lejos de ofrecer una imagen que imite los soportes analógicos de la época, se encara el holocausto desde el ahora. El film articula una mirada explícitamente anacrónica, en la que nuestro tiempo mira al pasado a través del dispositivo digital en sus múltiples variantes.  

Pero volvamos a Rudolf Höss y a cómo se le filma. Si La zona de interés apuesta por una imagen nítida y que aspira al empirismo en la mayor parte de su metraje ¿cómo se explica este uso de la profundidad de campo al filmar a uno de sus protagonistas?

La-zona-de-interes.jpg.webp

Ver el mal. 

La profundidad de campo baja es un recurso que dirige el punto de vista del espectador. Usarlo al filmar al comandante rompe con la mirada clínica con la que La zona de interés explora el día a día de la familia Höss. Veremos que esta ruptura no es más que otro tipo de mirada que hace visible el mal que posibilitó el nazismo. Glazer construye el fuera de campo de los horrores de Auschwitz, desde la edición de un audio rugoso -repleto de gritos y disparos lejanos pero distinguibles- pero también desde el conocimiento que los espectadores tenemos sobre el Holocausto. De ahí que los planos generales del jardín siempre nos permitan ver el campo; ya sea parte de los barracones, asomándose desde el muro del jardín de la casa, o la chimenea de un horno crematorio delante de la piscina donde juegan los niños en las noches de verano. A pesar de estos indicios que reconocemos, podríamos pensar que ni la mujer ni los hijos del hombre al mando de Auschwitz nunca llegaron a cruzar las puertas del campo y que, por lo tanto, no fueron testigos directos del proceso de exterminio. Sin embargo, sabemos que Rudolf Höss sí lo fue: diseñó la instalación y supervisaba su funcionamiento a diario. No solo lo vemos discutir los planos para las cámaras de gas, también se asusta al encontrar parte de una mandíbula humana un día de pesca que comparte con sus hijos. Durante esta escena se le vuelve a filmar con poca profundidad de campo, mientras corre a sacar a sus hijos del agua repleta de cenizas. Rudolf sabe muy bien de qué está protegiendo a sus hijos cuando les manda lavarse y desinfectarse. De ahí que la secuencia termine con un plano medio corto de la bañera, que dura un poco más que los anteriores. Ante esa imagen, es difícil no preguntarse si los restos de jabón adheridos a la porcelana no contienen partículas de seres humanos. Al igual que en las secuencias del hogar, no hacemos más que mirar la contención de aquello que sabemos que está, pero que no se manifiesta. En definitiva, de lo que se nos oculta a lo largo del film. 

 

En los anteriores largometrajes de Jonathan Glazer el centro de la trama era la ocultación. Sus personajes ocultan, ya sea una acción susceptible de ser castigada - es el caso del mafioso de Sexy Beast (2000)- o su propia naturaleza - la bella extraterrestre de Under the Skin (2013)-. Este eje temático le permite crear tensión entre lo que se nos esconde y lo que se nos permite ver. En La zona de interés, el director construye un dispositivo que busca revelar lo que contiene el fuera de campo, el horror de Auschwitz. Por eso la imágenes inciden en la superficie de la cotidianidad de la familia, pero también en la figura de Rudolf Höss. El primer plano en el que el comandante se adentra en la masa de humo blanco de los hornos crematorios está relacionado con aquellos en los que le vemos con baja profundidad de campo. Porque en esos instantes la mirada de la película busca la revelación del fuera de campo que nunca llegamos a ver. 

Captura de pantalla 2024-02-11 a las 14.32.53.png

Son imágenes que se interesan por Rudolf: por lo que oculta y por cómo le afecta. Se registran las alteraciones visibles ante algún tipo de tensión en el protagonista. De ahí que veamos ese cambio en la profundidad de campo mientras mira al campo de exterminio desde el jardín de su casa o cuando descubre los huesos en la excursión con sus hijos que hemos citado. La lente busca atravesar la apariencia de Höss, su imagen, y por eso define su figura en contraste a su entorno. Porque dentro de él también se oculta el fuera de campo que no es expuesto en la película. Porque sabemos que él sabía, que él veía cada día lo que ocurría en Auschwitz. Mediante el concepto “banalidad del mal” Hannah Arendt señaló cómo el poder totalitario conforma sujetos incapaces de pensar en el sentido moral de sus actos, que interiorizan el deber y la obediencia hasta el punto de justificar el exterminio de otras personas [2]. La elección formal al filmar a Rudolf sugiere que la película se pregunta sobre su dimensión moral; sobre si le importaba o le inquietaba lo que estaba haciendo. Porque ahí radica el peor mal.  

Auschwitz se aparece. 

Höss es trasladado lejos de Auschwitz tras recibir órdenes de Himmler. Es un movimiento político que le pone a prueba ante sus superiores de las SS y decide irse sin su familia. El comandante está fuera del entorno en el que lo hemos visto desde el inicio de la película. La cámara lo vuelve a mostrar con el fondo borroso, esta vez mientras charla con una mujer en la calle. Ella tiene un perro parecido a uno que tuvo él hace tiempo. Acaricia al animal y sonríe distendido. Sucesivos planos nos muestran su nueva rutina. Percibimos cambios reveladores: ahora duerme profundamente, incluso ronca. Cuando estaba en su casa de Auschwitz era el último en irse a dormir. Parece que Rudolf  está más relajado, a pesar de la incertidumbre respecto a su próxima misión. 

En este impasse el comandante se hace un chequeo médico; le pasa algo, pero no encuentran qué es, ni el espectador lo llega a notar con claridad. Solo oímos que el médico le interroga en busca de síntomas: duerme y come bien, pero tiene molestias estomacales. Este instante apunta una fisura en la aparente entereza que mostraba hasta ahora. ¿Qué es lo que el personaje no digiere bien? La película no subestima la dimensión de lo que lleva a cuestas; aunque no haya sufrido el horror, aunque se haya disociado de él al verlo cada día, eso no implica que esa carga no esté presente y acechando para manifestarse, aunque sea a través de su cuerpo [3]. Tras la inspección médica, el protagonista aparece otra vez con baja profundidad de campo, esperando a las puertas del despacho de sus superiores. Tras comunicarle su ascenso a comandante general para la supervisión de otros campos de concentración, se pierde todo atisbo de vulnerabilidad. 

Captura de pantalla 2024-02-11 a las 14.32.44.png

Este cambio se afianza en una recepción con miembros importantes de las SS. En esta secuencia el personaje pasea y mira el salón desde el piso superior. Es ahí cuando oímos su voz en off, en una llamada telefónica a su mujer, contándole detalles de la fiesta: “no pensaba en quién estaba y quién no estaba, solo podía pensar en cómo gasearlos a todos… el techo era muy alto”. En ese instante la película nos ofrece la visión del salón, desde la perspectiva del personaje: un plano cenital donde se usa una lente de gran angular. De nuevo es una imagen nítida y clínica, donde notamos la altura del techo, donde la distancia entre Rudolf y los invitados de la fiesta no es solo espacial; es una distancia que expresa la imposición del trabajo y el deber sobre la empatía. Es la manifestación absoluta de la disociación plasmada a lo largo del metraje del film. 

Lo que hemos visto prueba que Höss no solo sabía lo que implicaba el exterminio, también sabía que iba contra toda norma moral: ¿Por qué sino ocultaba toda la crudeza del horror a sus hijos? La mirada al pasado que nos ofrece La zona de interés no señala que sus protagonistas no perciban las atrocidades que cometen y consienten, al contrario. El comandante es consciente de la transgresión moral que supone lo que hace, pero aún así lo lleva a cabo. Es lo que Slavoj Zizek señaló en sociedades capitalistas contemporáneas como el núcleo perverso de la ideología, donde una fantasía estructura nuestra propia realidad y los sujetos obedecen una ideología que no les causa oposición [4]. En Rudolf Höss no puede haber oposición entre la realidad y la fantasía, es decir, el ideal nazi. Su disociación del horror es un mecanismo necesario para imponer ese ideal a la realidad, transformándola. Su casa de ensueño frente al campo de exterminio es la materialización de un esfuerzo constante de negación de la realidad. La ruptura con lo real es necesaria para salvaguardar y materializar sus ideales, para entregarse con devoción a su trabajo. Esto es precisamente lo que hace que La zona de interés sea una película inquietante: revela mecanismos perversos que podemos percibir hoy a nuestro alrededor. Porque la mayoría de veces detrás la barbarie no hay monstruos ni psicópatas, sino hombres dispuestos a perpetrar el mal en nombre de un sueño que consideran legítimo y universal.

Captura de pantalla 2024-02-11 a las 14.36.58.png

Al final de la película Rudolf parte rumbo a casa. Baja las escaleras en la oscuridad. De repente, se detiene. Se retuerce entre arcadas. Lo que ha escondido al disociarse, lo manifiesta el cuerpo. Se resiste y sigue bajando las escaleras. Ese cuerpo que hemos visto con baja profundidad de campo al estar en tensión, ahora somatiza, manifiesta lo oculto. Es entonces cuando el comandante alza la vista, sutilmente, hacia la cámara, hacia nosotros en el presente. El contraplano de esta mirada es Auschwitz, pero no el que él conoce, sino el del futuro: un lugar de memoria que hoy recibe a miles de visitantes que se asoman para saber de los millones de personas que fueron asesinadas en las cámaras de gas, o murieron de hambre o exhaustos por trabajos forzados. Ellos son los recordados. No el genocida, ni su Führer, ni su promesa de un mundo ario y bucólico. Porque al final del film, Rudolf se somete a la mirada de nuestro presente, explícita en este contraplano. Ante el ojo de la historia no le queda nada más que hacer, sólo perderse en la oscuridad. A la audiencia nos queda preguntarnos cómo nos mirará el futuro a nosotros.

© Mariana Freijomil, febrero 2024

​Más sobre La zona de interés aquí.

[1] En Sardà, J.   (2024, 19 de Enero). Jonathan Glazer: "Rodamos 'La zona de interés' al lado de Auschwitz y esa atmósfera está en cada pixel". El Cultural. https://www.elespanol.com/el-cultural/cine/20240119/jonathan-glazer-rodamos-zona-interes-lado-auschwitz-atmosfera-pixel/825917726_0.html

[2] Arendt, H. (1979). Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal. Barcelona: Lumen

[3] Jonathan Glazer incorpora este mecanismo que está explorado en psicología y neurociencia en estudios como El cuerpo lleva la cuenta de Bessel van der Kolk. El director comenta en un Q&A que “quería mostrar que el cuerpo, de alguna manera, rechaza al hombre. Cómo nos engañamos con nuestras mentes, pero nuestros cuerpos dicen la verdad. Así que hay algo en la verdad de ese rechazo y el horror interno que tenía sentido para mí.” En Seibold, W. (2024, 12 de Enero) “The Zone Of Interest Ending Explained: Sanitizing A Home Of Evil” Film. https://www.slashfilm.com/1488727/the-zone-of-interest-ending-explained/#

[4] En Zizek, S. (1992) El sublime objeto de la ideología. México: Siglo XXI. pp. 58-73. 

bottom of page