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Mitad Jaguar, mitad humana: Deriva por la película Aribada

(Dirs. Natalia Escobar y Simon(è) Jaikiriuma Paetau) hace parte de “Gesto decolonial”, uno de los seis programas de la edición 24 de la Muestra Internacional Documental de Bogotá-Midbo, que tuvo lugar entre el 25 y el 30 de octubre.



Estrenada en la Quincena de Realizadores del Festival de Cine de Cannes, Aribada (2021) se aproxima al universo de un grupo de mujeres indígenas Emberas trans, que se mueven entre la vida rural y urbana del eje cafetero colombiano. La película transita entre los mundos oníricos, mitológicos y materiales por los que derivan “Las Traviesas”.


Dirigida por Natalia Escobar y Simon(è) Jaikiriuma Paetau, la obra sitúa la convivencia en tensión de la tradición cultural indígena con el contexto social urbano, en la disputa por la autodeterminación de la identidad. Despliega múltiples registros estéticos y formales en una narrativa poética y política. La fuerza de los espíritus acompaña la lucha de este grupo de mujeres trans por romper el sesgo patriarcal que las excluye de sus comunidades.


Un posible viaje por las imágenes de la película podría ser el siguiente:


Se abre el telón de la pantalla:

Sobre ella un cafetal.

Las plantas se mueven y hablan, tienen voz. No vemos ni escuchamos la figura humana, pero sentimos su presencia, reconocemos las pistas del trabajo. Partimos de un tiempo mitológico.


Luego un fondo negro con el título y advertimos que se aproxima un contraste, ¿o una contradicción?

Los colores iridiscentes y el estilo techno de la fuente parecen anunciar una ruptura con el tiempo mítico del que venimos.

Pero no es así.

Volvemos al misterio de la naturaleza, a la montaña milenaria abrigada de nubes.

Será más bien el tejido de dos o más mundos y temporalidades… en tensión dialéctica.





¿La convivencia entre lo sagrado y lo profano?


En la noche, junto a una mujer, llegamos a imágenes invertidas de la religión conquistadora.

Su mirada da vuelta a los símbolos. Cierra los ojos, duerme y nos transporta a un terreno onírico.

Surgen las máscaras, las divinidades.

Se fractura el viejo orden.

El territorio de los sueños es también espiritual y material.


Un diálogo en lengua Embera nos sitúa frente a esta realidad concreta:


- “Cuando hacemos la transición y nos convertimos en mujeres, no nos importa buscar trabajo en el campo […] La comunidad indígena de donde venimos, siempre hablará mal de nosotras [...] nos critican y amenazan con amarrarnos. Hija, no dejes atrás nuestra cultura, aún podemos luchar por nuestra propia identidad [...] Podemos vestirnos como queramos”.


- “A mí me gusta enseñar las piernas. Me hace feliz llevar pantalones calientes, vestidos y soltarme el pelo”.


- “Los viejos tiempos ya no existen […]. En Colombia hay diferentes formas de existir. El mundo está cambiando y nosotras cambiamos constantemente. Me siento mujer, me siento niña, me siento wuerapa, gay”.


Volvemos al trabajo. Nuevamente el cafetal. El gesto de la cosecha y, en medio del cultivo, los espíritus que observan.

También son observados. De forma repentina surge la imagen vertical, arquetípica ya, de la grabación con celulares. Otra vez la colisión de los tiempos, de los mundos.


Suena un canto Embera en concierto con sonidos del río, la cascada y el bosque.

Hay espacio para gritar.

El grito libera y el agua también.


Corte a:


Transitan las Traviesas la montaña y habitan territorios que también les pertenecen.

Espacios donde la luz de la luna abre campo, sin desaparecer, a las luces de neón, que llegan para quedarse como señales de algo nuevo.

Espacios donde también hay noches sórdidas y sufrimientos.

Pero sabemos ya que estamos frente a indígenas que luchan. Y por supuesto, los espíritus las acompañan y protegen.

Entonces bailar. Bailar como a cada quien le plazca. Bailar como un gesto de resistencia, como un homenaje al cuerpo.




Y vuelven las máscaras, objetos extraños paridos en el limbo de lo monstruoso y lo humano, para evocar lo divino.


Con ellas llega el acto performático. Y en él, se invocan las semillas dispuestas en el espacio como evocación de la naturaleza o constelación de objetos estelares. El peso de la palabra nos remonta al origen y nace un mundo nuevo.


Aribada: mitad jaguar, mitad humana.

Diosba pareda paretauma

Jaibanás trans.


El performance, además, es grabado por un celular.

Un celular… esa cosa ambigua y paradójica amiga de la alienación.

Aribada pone de manifiesto que también en ese artefacto puede existir una fuerza que emancipa.

Tal vez augurio de la potencia liberadora de la tecnología.


Ante nuestros ojos se despliega el tejido de la trenza temporal: el tiempo de lo que fue y ya no puede ser, el tiempo del ahora y del porvenir; el tiempo mítico, el tiempo histórico, el tiempo onírico. Todos danzando a la vez: pasado, presente y futuro.


Y por último, para cerrar el conjuro que también es la película, el ritual:


El fuego, la noche, el círculo, la luz de la luna y el neón. Los movimientos coreográficos, los vestidos, los colores, los machetes encendidos y después el agua, la curación, la calma.

Risas y miradas tranquilas que se posan sobre el mundo.



© Manuel Mateo, noviembre 2022


*Este texto fue elaborado en el Segundo Laboratorio de Escritura sobre Cine Documental coordinado por Valentina Giraldo Sánchez y Pedro Adrián Zuluaga en el marco de la 24 Midbo.


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