Construyendo otra identidad: A Shape of Things to Come, Victoria, Um filme de verão y Fauna.
Como tantos otros festivales, L’Alternativa tuvo que recurrir este año a la modalidad online, en su caso, en una decisión in extremis causada por el escaso margen de reacción dado por la Generalitat en su gestión de la pandemia. No obstante, la clausura sí se llevó a cabo de manera presencial. Y, en un gesto de lo más coherente y significativo, lo hizo en el cine de pantalla única más antiguo de Barcelona, el Maldà.
Este espíritu común de resistencia se ha visto refrendado en la selección de películas de la programación. Vidas al margen y/o al límite se han paseado por las pantallas de nuestros ordenadores. Imágenes primarias, un cine en estado de búsqueda permanente, a veces impreciso o titubeante pero casi siempre valiente. Claro que para la mayoría de estas obras el simple hecho de existir ya es algo heroico.
Quizá el mejor ejemplo de todo ello (resistencia, marginalidad y valentía) es el del documental A Shape of Things to Come, dirigida a cuatro manos por la debutante Lisa Malloy y el cineasta y antropólogo J.P. Sniadecki, habitual de L’Alternativa (El mar la mar, hace tres años, y El ministerio de hierro, hace seis, ya pasaron por el festival).
Durante una intensa hora y cuarto, Malloy y Sniadecki nos hacen convivir con el ermitaño Sundog en el desierto de Sonora, donde sobrevive como cazador y recolector, dando la espalda al mundo globalizado. La pareja de autores no interviene, lo que otorga al film una dimensión ficcional notable, en concreto, de western fronterizo. No en vano, el propio Sundog vendría a ser, sin pretenderlo, una fusión de Jeremiah Johnson y Cable Hogue. Desencantado de la civilización y autosuficiente, como el primero. “Abandonado” en el desierto y con ganas de guerra, como el segundo. Ganas de guerra, sí, porque la suya es una resistencia activa (¡ojo al acto de ecoterrorismo!).
Pese a este aspecto de obra de ficción y la invisibilidad de la cámara, A Shape of Things to Come no desvía la mirada. Al contrario, esta resulta minuciosa, limpia y penetrante. Se percibe en ella una reflexión personal, un interés real. Solo hay que rellenar algunos silencios. Probablemente la película más madura del festival. Mención especial del jurado.
También Victoria (Sofie Benoot, Liesbeth De Ceulaer e Isabelle Tollenaere) es un documental que remite al western. Las plantas rodadoras del inicio son una referencia inequívoca y toda una declaración de intenciones. Empujado por el viento y dejando atrás un turbulento pasado en Los Angeles, Lashay Warren deambula por California City -un frustrado proyecto urbanístico, iniciado hace 60 años en pleno desierto de Mojave- buscando empezar de cero. Su nuevo hogar recuerda a las ciudades fantasma de algunos westerns, aunque en realidad California City nunca llegó a ser una ciudad.
El film intercala imágenes grabadas con móvil o vistas en él (Lashay intenta ubicarse con Google Maps). Todo incide en la idea de construir un relato como sea, escribir tu propio camino. Por eso la película adopta esa forma de diario andante, sencillo y primigenio. Y, lo que es más, explicita sin rubor un forzado paralelismo con la historia de los pioneros del Oeste. De hecho Lashay acabará dirigiéndose a sus “futuros lectores dentro de 300 años”, después de escribir su nombre en una roca, bautizar algún que otro montículo y hasta renombrar la ciudad.
Ese deseo de dejar huella palpita en los adolescentes de Um filme de verão, debut en el largo de la brasileña Jo Serfaty y premio a la mejor película internacional. Serfaty también recurre a imágenes de móvil y ordenador (esta vez de YouTube), así como al diario íntimo. En este sentido, el arranque es revelador. Un travelling en contrapicado nos conduce por las estrechas calles de un barrio humilde, en el que los cables apenas permiten ver el cielo. Una voz en off recita, sin pausa y monótonamente, lo que parecen fragmentos del diario de una adolescente de quince años. “Nací cuatro años antes de que muriera Kurt Cobain”, empieza. “Mañana debo morir”, concluye. Poco después vemos unos chicos hablando sobre un examen que acaban de hacer. Les han preguntado qué es un “narrador muerto”. Karol, la chica de la voz en off inicial, entiende que esto solo puede significar “muerto por dentro”.
Pese a lo que pudiera hacer pensar este inicio, Um filme de verão es vibrante, luminosa y está llena de esperanza. Como los adolescentes a los que sigue de cerca, se contradice, se desvía, se encuentra, adopta múltiples formas. Así, Karol emula a la modelo y cantante japonesa Kyary Pamya Pamyu, y Saferty le “regala” incluso un videoclip dentro de su película. Caio, por su parte, tiene un pequeño grupo y canta canciones de Nirvana y The Smiths. Más allá de la importancia de la música en los jóvenes, existe un deseo de meterse en la piel de otro. Y es que la búsqueda de la identidad pasa por la repetición.
Esto último es algo que parece tener claro también el prolífico Nicolás Pereda. Los personajes de su Fauna, sin ser adolescentes, también parecen en construcción. Extraño y teatral, el film tiene, de hecho, un fondo beckettiano. Pereda nos sitúa de nuevo en un desierto, el mexicano, donde mueve a su antojo una serie de actores interpretando otros papeles. En la mejor escena (tan divertida como incómoda) de todo el metraje, un actor es forzado a representar en un bar el pequeño papel de narcotraficante que tiene en una serie. En otro momento una pareja recrea el monólogo sobre la maternidad de Sonata de otoño de Bergman.
En la repetición también encontramos la evasión. Y así, la propia película acaba desdoblándose en un juego sinfín. Fauna parece avisarnos de los peligros de la representación. De nuevo la identidad está en juego. La ficción no es inocua.
© Xavi Romero, noviembre 2020
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