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Tríptico


Ana y Lucas cenan en su nueva casa.

Ana y Lucas llegan a una casa que ella ha heredado tras la muerte de su abuelo, un pintor enigmático que dejó un tríptico inacabado. En Tríptico (2023), dirigida por Daniel Grandes, María Martín-Maestro y Albert Olivé, se desdibujan las fronteras entre la ficción y la realidad del rodaje, creando una obra que se fundamenta en los límites de la representación, con los que juega tradicionalmente el género de terror, especialmente el de found footage, y la transparencia del dispositivo cinematográfico.


En uno de los planos iniciales, tras los créditos, Ana aparece perdida en sus pensamientos durante la mudanza. Junto a ella, un espejo refleja otro espacio de la casa, una imagen que no solo evoca la convergencia de miradas, sino también de tiempos y planos narrativos. Este recurso anticipa un juego constante entre la ficción de la pareja, que se enfrenta a una presencia maligna, y la autorreflexión sobre el proceso de filmación, en el que los intérpretes encarnan versiones de sí mismos. Ana y Lucas están en esa casa para rodar una película de terror y ambos tienen ambiciones artísticas frustradas. Será la dimensión del rodaje dentro de la ficción la que corroerá a la pareja, en constante conflicto entre lo filmado - su representación - y lo real - las tensiones subyacentes en el contexto y entre los personajes -. El resultado es un tríptico no solo temático, sino también formal, entrelazando capas narrativas que dialogan constantemente.


Ana con la mirada perdida.

La pintura inacabada del abuelo de Ana apunta a una imagen latente, que lucha por revelarse. Este eco se traduce visualmente en una puesta en escena que enfatiza encuadres con espacios vacíos, sombras de las habitaciones y movimientos de cámara que parecen desplazarse para regresar siempre a su punto de partida. Estas elecciones visuales refuerzan la sensación de encierro que viven los protagonistas y también manifiestan las limitaciones del propio contexto de producción: Tríptico se filmó durante la pandemia de COVID y fue el trabajo de final de grado de sus directores, quienes contaban con escasos medios y un tiempo de rodaje limitado.


Lejos de ser un impedimento, estos factores dialogan con las obsesiones de sus personajes; las de Ana, absorbida por su compulsión a pintar hasta la extenuación, y las de Lucas, empeñado en capturar tomas descarnadas de su compañera, a quien exige constantemente: “dalo todo”. La  pulsión creativa de la pareja les conduce a una espiral obsesiva, que nos recuerda al protagonista de Arrebato (Iván Zulueta, 1979). En este descenso, lo fantástico se manifiesta de forma progresiva, desde un lenguaje clásico que se descompone poco a poco, al igual que en Repulsión (1965) de Polanski. Al mismo tiempo, en ciertos momentos disruptivos resuenan el tránsito hacia lo inquietante de Climax (2018) de Gaspar Noé o el universo sonoro fuera de campo que Luca Guadagnino construye en su remake de Suspiria (2018), particularmente en las secuencias oníricas.


Lucas proyecta la película.

Pero Tríptico no es solo un relato sobre la fragilidad y la presión que subyace en los procesos creativos, también espejea un fenómeno generacional más amplio en el cine español reciente. Durante el contexto de la pandemia, surgieron películas pequeñas en términos de producción que integraron las limitaciones materiales y logísticas para formular propuestas creativas. A este fenómeno debemos añadir la precarización creciente del mercado laboral, que afecta, sobre todo, a los jóvenes realizadores que buscan incorporarse en la industria. No es casual que los protagonistas se pregunten dónde se ven dentro de diez años y que la respuesta sea “pues en el paro, por supuesto”. En este escenario, Tríptico se erige como un ejemplo contundente de la capacidad de esta generación para formular respuestas ante la adversidad. A pesar de las sombras, los vacíos y las tensiones, el cine que vendrá lo tiene claro: las imágenes siempre encuentran su forma de revelarse.




© Mariana Freijomil, enero 2025. 


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