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Volver a casa. Un paseo por L'Alternativa 2018.


De entre las líneas temáticas de la sección oficial de la 25ª edición del festival L‘Alternativa, destacan, extendiéndose como una hemorragia, la exigencia de la memoria histórica junto a la necesidad de recuperar las relaciones familiares en su vertiente más cálida y sanadora, en medio de una sociedad que se deshumaniza por momentos, cercada por el posfascismo pujante que aflora en Europa, América Latina y Estados Unidos. Esta amenaza aparece representada con especial fuerza en las febriles imágenes de Casa Lobo (Cristóbal León y Joaquín Cociña), cinta de animación en stop motion premiada con la mención especial del jurado. Casa Lobo es un relato de terror que narra las vicisitudes de una joven que acaba de huir de la secta chilena Colonia Dignidad. Una particular revisión del cuento de los tres cerditos, con una narración frenética, cuya fugacidad autodestructiva da relieve a un horror que va in crescendo y que noquea a espectadores y espectadoras por su efecto metamorfoseador. Un efecto similar genera Una vez la noche (Antonia Rosi, Roberto Contador). En este caso, la ilustración es la herramienta que se usa para narrar las peripecias de cuatro personajes que deambulan, sin orden ni concierto, por diferentes experiencias de especial relevancia en sus vidas. Una serie de relatos que con frecuencia nos generan extrañamiento e incomodidad.


En Teatro de Guerra (Lola Arias) encontramos un experimento que bascula entre la realidad y la ficción, poniendo constantemente en evidencia el dispositivo fílmico. En él, un grupo de veteranos de los dos bandos de la guerra de las Malvinas, argentinos y británicos, son reunidos para llevar a cabo un ejercicio de reflexión, que a ratos es una performance y a ratos la narración individual de unos ex soldados marcados por el trastorno de estrés postraumático. No es la primera vez que se vuelve sobre las heridas de una guerra a través de quienes la libraron. Ahí están, como contrapunto, los mercenarios sanguinarios de The Act of Killing (Joshua Oppenheimer y Christine Cynn, 2012), que recrean los horrores de la guerra de Indonesia sin mostrar, al igual que los personajes de Queridísimos verdugos (Basilio Martín Patino, 1973), sombra alguna de arrepentimiento. El gran logro de Arias es componer una obra polifónica en la que el humor, la empatía y la reconciliación se entremezclan del mismo modo en que ficción y realidad se fusionan. Fuera de la sección oficial, cabe citar aquí El silencio de otros (Almudena Carracedo), un documental que, aunque cinematográficamente modesto, plantea cuestiones relacionas con un pasado histórico deudor de una transición blanda. Los miembros de la querella argentina y su seguimiento, las víctimas de tortura, y con especial fuerza, la exhumación de ajusticiados del franquismo y la Guerra Civil se dan cita, a través de un crisol de testimonios, en un momento en el que España clama por sus muertos y por derrocar, también en forma de exhumación, la vigencia tanto física como social del dictador.



La memoria de los muertos toma cuerpo en la película ganadora del festival, El silencio es un cuerpo que cae (Agustina Comedi). En la línea de Un’ ora sola ti vorrei (Alina Marazzi, 2002) o La Sombra (Javier Olivera, 2015), la directora argentina evoca, a través de archivos familiares filmados por su padre, la memoria de esa figura paterna ya desaparecida. Comedi actúa como una absoluta demiurga, montando, reformulando y a ratos congelando una obra imbuida en su propia subjetividad. Y lo hace a través de la vida secreta de su padre, forjada no solo a partir del material fílmico heredado, sino también gracias a los testimonios de los amigos que le rodearon en vida, y que, como él, vivieron su sexualidad en la clandestinidad a la que obligaba la Argentina de la dictadura militar. De este modo, el relato de un solo hombre, de sexualidad disidente, se hace extensivo al de toda la comunidad LGTBI de aquellos años, y por ende, al de toda la sociedad argentina. La película parece traspasar sus propios objetivos, convirtiéndose en todo un ejercicio de memoria histórica y de reparación, que da voz y aporta dignidad a quienes no la tuvieron.


The Image You Missed (Donal Foreman) sigue la estela de El silencio es un cuerpo que cae, ya que también cimienta su estructura en archivos familiares, realizados por el padre del director. Sin embargo, en este caso, además de vídeos familiares, aparecen imágenes de archivo que ilustran el conflicto entre las dos Irlandas a lo largo de más de treinta años. En un momento en el que asuntos como el Brexit o la independencia de Catalunya adquieren relevancia en el contexto europeo, The Image You Missed plantea el vínculo paterno-filial desde una perspectiva activista, asumiendo puntos de vista totalmente distintos del mismo conflicto. Aunque se trata de una propuesta muy interesante que trata de oponerse a la idea fundamental de que la política es antagónica al amor, el exceso de material y el ritmo del metraje acaban saturando al espectador.


La relaciones familiares siguen dulcificándose hasta alcanzar su cénit en América (Erick Stoll y Chase Whiteside), excelente documental acerca de dos hermanos que asumen el cuidado de su nonagenaria abuela América, mientras el padre de ambos está en prisión, acusado de un delito de abandono, después de que ella sufriese un accidente doméstico. El filme se alza contra el solipsismo impuesto por una sociedad neoliberal que cercena los vínculos con los ancianos. Rodado en su mayoría en el interior de la casa del hijo de América, una intensa y hermosísima luz adquiere, en cada fotograma, la forma de un personaje más, actuando como metáfora de la luminosidad y la ternura que destilan los tres personajes principales. América es un canto a la vida, un ejercicio de resistencia, una declaración de guerra al individualismo como filosofía de vida.




Y la abuela se convierte en madre en Black Mother (Khalik Allah), una madre negra que no es otra que Jamaica. En Field Niggas (2015), Allah había capturado un crisol de rostros del Harlem más humilde. Esa propuesta crece con Black Mother, que se erige como una reflexión y, sobre todo, como una inmersión en la identidad jamaicana. Desde los distritos pobres de luz rojiza de las ciudades de Estados Unidos hasta las exhuberantes selvas tropicales de Jamaica. Black Mother es un canto a Jamaica y sus gentes, un poema audiovisual que se apoya en múltiples formatos para construirse, y que culmina con la imagen del parto de una mujer cuyo embarazo atraviesa todo el metraje, y que actúa como metáfora de un país maltrecho pero que demuestra su capacidad de renacer.



© Mireia Iniesta, noviembre 2018





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