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Casa de ningú


A pocos minutos de su arranque, en un pueblo de León casi abandonado a causa del inminente cierre de la mina que lo abastece, el docu-ensayo Casa de ningú (2017) de Ingrid Guardiola muestra, en letras blancas sobre un fondo negro, una cita de Maurice Maeterlinck que hace referencia al funcionamiento interno de una colmena [1]. A la cita le sucede una imagen del exterior de una residencia de personas ancianas, cuyos ventanales están cubiertos por un claustrofóbico enrejado en forma de cuadrícula, que viene a ilustrar la colmena humana, envejecida y abandonada, que estamos a punto de conocer. ¿Qué significado adquiere una colmena cuando ya no es capaz de producir? ¿Qué le pasa a la abeja reina cuando ya no puede reproducirse, teniendo en cuenta que el cuerpo femenino, como nos recuerda Federici, es la última frontera del capitalismo? La película de Guardiola, que se desarrolla en dos escenarios diferentes, el pueblo de Ciñera y el geriátrico de Sant Andreu de Palomar de Barcelona, se propone reflexionar acerca del destino de la clase obrera, una vez finiquitada su función productora y reproductora, haciendo especial hincapié en las biografías de las mujeres.




A los grandes planos generales del pueblo vacío se contraponen las imágenes de los pasillos del asilo, cada vez más luctuosos, en una clara voluntad de poner de manifiesto su idiosincrasia de no lugar. Ambos espacios dialogan y se entrecruzan hasta fusionarse en un mismo espíritu, fruto de un proceso que va in crescendo gracias a las voces en off que emanan de la coralidad de sus protagonistas y a los sonidos de las herramientas de la mina, cuyos ecos eclosionan en los pasillos de la residencia.


La cámara de Guardiola se sitúa casi siempre en el exterior de las habitaciones, pocas veces penetra en los interiores, y cuando lo hace, el protagonismo lo adquieren las mujeres: las cocinas y los salones de las casas del pueblo están ocupados por viudas que relatan cómo fue su vida pretérita durante los años de esplendor de la mina. En el asilo, el taller de costura, la peluquería o los bancos de reposo se convierten en espacios de confidencias de vidas femeninas, fatalmente determinadas por el peso de su género, en las que, a veces, al deseo mayoritario de morir se contrapone la resistencia de seguir trabajando, de seguir produciendo.


La esperanza viene de la mano de las relaciones intergeneracionales que se producen gracias a los jóvenes que visitan el centro, una solución ya recreada por Evan Briggs en su documental Present Perfect (2015). Sin embargo, la idea que gravita con más fuerza en el excepcional docu-ensayo de Ingrid Guardiola es que la pobreza, la soledad y el encierro tienen, más que nunca, en el siglo XXI, rostro de mujer.




© Mireia Iniesta, noviembre 2018





[1] “Quien haya leído este libro no podrá dirigir una colmena, pero conocerá todo lo curioso, profundo e íntimo acerca de sus habitantes (…) En aquel lugar las colmenas habían dado a las flores, al silencio y a los rayos del sol un significado nuevo”.

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