Primera parte: Historia de una lucha.
El pasado 20 de junio vimos la que probablemente sea la imagen más potente y emocionante del Mundial de fútbol que se está celebrando en Rusia. Por primera vez desde la Revolución Islámica de 1979, las mujeres iraníes pudieron entrar un estadio de su país para disfrutar, junto a los hombres, de un partido de fútbol (Irán-España), aunque fuera retransmitido en pantallas gigantes. La historia que precede este día histórico así como la conexión cinematográfica que encierra merecen contarse en detalle.
Para ser exactos, el último partido en vivo y completo que las mujeres pudieron ver en Irán fue en octubre de 1981. Digo “completo” porque el 8 junio de 2005, bajo la presidencia del reformista Jatamí y a pocos días de unas nuevas elecciones, un centenar de mujeres activistas, que se había concentrado frente al estadio Azadi en Teherán, consiguió que se les permitiera el acceso en el descanso del decisivo Irán-Baréin, encuentro que a la postre supondría la clasificación de Irán para el Mundial de Alemania 2006. Acababa de nacer el movimiento Bufandas Blancas (llamado así por el uso de esta prenda en substitución de las pancartas prohibidas). El 25 del mismo mes, sin embargo, el ultraconservador Mahmud Ahmadineyad ganaba las elecciones. Aquel gesto de apertura perdía toda posibilidad de continuidad y, por motivos de seguridad, el activismo de la calle se trasladaba a las redes sociales con la plataforma Open Stadiums. Las chicas, no obstante, y como ya venía siendo habitual, siguieron intentando colarse en los estadios, a menudo disfrazadas de chicos. Este acto de resistencia lo documentaría Jafar Panahi en Offside (2006), película cuya acción transcurre exclusivamente durante el día del mencionado duelo contra Baréin, y de la que hablaremos en la segunda parte de este artículo.
Cabe mencionar aquí (de hecho, cobra una importancia capital al final de Offside) la tragedia acontecida en un partido previo de la misma fase clasificatoria, concretamente el 24 de marzo de 2005, también en Teherán. Al final del encuentro disputado entre Irán y Japón, los espectadores que se disponían a abandonar el recinto por una de las salidas se encontraron con una barrera policial. Por lo visto, un helicóptero militar había ido a recoger a algún pez gordo que estaba en el estadio. La policía intentó disuadir a la gente de usar aquella salida rociándolos con mangueras de agua. El suelo resbaladizo acabó provocando que varias personas murieran pisoteadas y asfixiadas por avalancha humana. Aunque en un principio se habló de siete fallecidos, la prensa iraní sólo mostró las fotografías de seis muchachos. Se rumorea que la séptima víctima era una chica.
De vuelta al presente, en mayo, el actual presidente Hasan Rohaní hizo unas declaraciones poniendo en duda que esta prohibición a las mujeres diera “una imagen favorable del islam”, así como que el argumento oficial (“no deberían escuchar maldecir a los hinchas masculinos”) tuviera mucha lógica. No extrañó, por tanto, que en el debut de la selección iraní en el Mundial, el pasado 14 de junio contra Marruecos, hubiera un nuevo intento femenino de entrar en el Azadi, donde se iba a retransmitir el partido en pantallas gigantes. Finalmente, la policía mantuvo las puertas cerradas y se canceló el evento. Mientras tanto, en el Zenit Arena de San Petersburgo, donde se celebraba este encuentro, se permitía la entrada de pancartas de apoyo a las mujeres iraníes. Las imágenes dieron la vuelta al mundo y a la semana siguiente, por fin, el Azadi, un estadio con capacidad para 100.000 personas y cuyo nombre significa “libertad” en lengua farsí, abría sus puertas a hombres y mujeres por igual.
Descanso.
“Las chicas tenemos nuestros métodos” es lo que, según relata Jafar Panahi, le dijo su hija de 12 años al aparecer de pronto a su lado en el interior de un campo de fútbol, después de que, en un principio, le negaran el acceso pese a las súplicas de su padre. El director iraní empezó a imaginar, a raíz de esta situación, qué haría una mujer para burlar el control de seguridad de un estadio. De ahí surgió la idea de Offside.
Segunda parte: Panahi y la resistencia.
Como hemos comentado en la primera parte, toda la acción de Offside se concentra en el día en que la selección de fútbol iraní consiguió su clasificación para el Mundial de Alemania de 2006. El filme empieza y acaba en un autobús. El de ida lleva a unos aficionados (y una aficionada) al estadio y el de vuelta, a seis chicas a comisaría. Como en El círculo (2000), Panahi recurre a una estructura circular que encierra a su personajes femeninos pero, como en El espejo (1997), el autobús es un espacio de rebelión en el que ellas acaban tomando el control del relato. De hecho, ya en el arranque, Panahi revierte la imagen de El Espejo en la que una niña busca a su madre en un autobús, mostrando ahora a un padre que detiene otro en busca de su díscola hija adolescente.
No se trata de un documental (incluso omite que algunas activistas sí entraron en el segundo tiempo) pero sí de una ficción insertada en la realidad, ya que toda la parte final se filmó durante los últimos minutos del partido y los inmediatamente posteriores. Aunque el emocionante encuentro está presente durante casi toda la película, el director nos obliga a sufrir la misma frustración que sus protagonistas, manteniéndolo en un constante fuera de campo. Apenas llegamos a vislumbrarlo en un par de ocasiones: un breve plano desde las gradas, donde uno de los soldados busca desesperadamente a una chica, y otro de un televisor encendido en un bar, visto desde el interior del furgón policial.
La narración en off de un partido de fútbol es algo que ya había aparecido en El espejo, no en vano una película de 90 minutos partida en dos. Desde el principio, y de manera intermitente, el collage sonoro por el que transita la pequeña Mina incluye la retransmisión radiofónica de un encuentro de la Copa Asia 1996 entre Irán y Corea del Sur, que acabó con la victoria de los primeros por 6 a 2. Es llamativo como Panahi juega en paralelo con la narratividad futbolística: escuchamos que los coreanos ganan 0-2 en la primera parte pero en la segunda todo cambia y los iraníes, como Mina (la actriz que se niega a seguir actuando), se hacen con el control y acaban goleando a su rival.
El verdadero partido de Offside es, en realidad, el que disputan los soldados que están realizando el servicio militar y las seis jóvenes detenidas, por culpa de las cuales los primeros se han quedado sin permiso. Se trata pues de un enfrentamiento dialéctico que acaba siendo más amistoso de lo previsto, y en el que ellas juegan con argumentos de mayor peso y muestran mayor empatía y madurez mental.
En un momento de la película, una de las chicas consigue despistar a su vigilante en los lavabos, pero poco después regresa donde están confinadas sus compañeras (se apiada de uno de sus captores, un soldado no aficionado al fútbol que debería estar ayudando con el ganado a su madre enferma) y les explica una jugada que ha podido presenciar. La joven aficionada dibuja una raya en el suelo y distribuye a las otras chicas en el espacio representado como si fueran los jugadores. Esta escena acabó siendo premonitoria en la vida y obra de Panahi. A finales de 2010 el autor de El globo blanco era condenado a seis años de prisión y 20 de inhabilitación para hacer cine. Poco después, no obstante, creaba Esto no es una película (2011), donde un Panahi en arresto domiciliario nos cuenta el guión del que tendría que haber sido en realidad su nuevo film, dibujando en el suelo de su casa los límites de unas habitaciones.
Esto no es una película es casi un espejo de Offside, dos tratados fílmicos sobre lo que no se puede ver y sobre el arte de narrar, protagonizados por gente detenida y encerrada a la que no se le permite disfrutar de lo que más le gusta. El paralelismo llega incluso a sus respectivos desenlaces, sendas celebraciones populares (Año Nuevo en el caso de Esto no es una película) de tono agridulce y en un exterior más intuido que mostrado.
Offside prolonga, además, el tema de la solidaridad presente en El espejo. Así, casi al final descubrimos que una de las chicas ni siquiera es aficionada al fútbol y que, entrando en el estadio, sólo deseaba cumplir el sueño de un amigo, una de las siete víctimas de la tragedia vivida meses antes en el encuentro Irán-Japón (mencionada en la primer parte de este texto). Su llanto contrasta con el júbilo de las otras chicas y de los soldados que, en tiempo real, comparten en el autobús la narración radiofónica de los tres minutos de descuento del partido. Las miradas de los soldados a esta chica revelan, en última instancia, el reconocimiento de una lección de solidaridad. De hecho, el soldado granjero es el único que evoluciona en la narración: pasa de defender con rigidez el discurso oficial, al principio, a sentirse avergonzado ante el gesto de la chica que vuelve al redil para no perjudicarlo, y acaba visiblemente emocionado al escuchar la historia de la chica que se ha arriesgado por un amigo muerto.
Prórroga
El texto que acabáis de leer ha jugado a dos bandas: la realidad político-social iraní y el cine de Jafar Panahi. Y también ha pretendido mostrar cómo una cosa vive en la otra. El relato de la lucha social como una película de suspense y la ficción cinematográfica como un reflejo de la realidad de un país. La ausencia de la imagen para visualizar un problema y la palabra como gesto de resistencia. Contar lo que nos está prohibido. El cine y la vida pese a todo. Si algo une la noticia descrita en la primera parte con las películas tratadas en la segunda es el deseo de la libertad y la asunción de la desobediencia como paso previo ineludible. Sólo cabe esperar, en el caso que nos ocupa, que el “partido” no acabe aquí y el levantamiento excepcional de la prohibición de entrar en los estadios a las mujeres iraníes se traduzca pronto en la derogación de una ley absurda porque, en realidad, ni las protestas de las activistas ni Offside ni este artículo hablan de fútbol.
© Xavier Romero, julio 2018