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L’Alternativa 2017. Resistencias y rebeliones.


El arte es parte de la rebelión contra las realidades de sus deseos incumplidos.

Esta cita de Emma Goldman podría resumir el espíritu de un festival que, en su 24ª edición, ha vuelto a poner sobre la mesa la imperiosa necesidad de mirar de cara las transformaciones que nos aguardan, la naturaleza del poder que coarta nuestra libertad, los rostros de los desplazados. La coherencia de la programación de un festival no temático, como el que nos ocupa, es digna de alabanza. Sólo centrándonos en los diez títulos de la sección competitiva, podemos ver fácilmente una línea que los une, y esa unión no hace sino multiplicar el poder de cada una de esas voces por separado.


Ya en la sesión inaugural, fuera de concurso, Lucrecia Martel nos advertía con Zama de que “no hay que resistir, hay que mutar”. La triste historia del funcionario Don Diego de Zama, pendiente de una orden de traslado del rey de España que nunca llega, tiene un mensaje muy actual: la resistencia no puede basarse en la espera. La sombra del esperado film de Martel acabó proyectándose sobre el núcleo duro del festival, tanto a nivel temático (el arraigo del colonialismo, la frustración derivada de una promesa incumplida, el tiempo suspendido,…) como formal (el sudor y el delirio, la elipsis y el fuera de campo).



La escena de Zama en la que una llama irrumpe en el plano, desplazando al personaje central, y subrayando así su humillación, encuentra un curioso paralelismo en A Fábrica de Nada (Pedro Pinho), la otra gran película de esta edición de L’Alternativa, no en vano ganadora del Gran Premio del Festival. En este caso son unas inesperadas avestruces las que aligeran la situación, a la vez que evidencian que vivimos en el reino de lo absurdo. Aquí, sin embargo, la rebelión no se hace esperar. Los trabajadores toman la fábrica en cuanto descubren los planes de sus jefes. Lo que se problematiza aquí ya es cómo llevar a cabo una resistencia activa.


A lo largo de sus tres horas, el film de Pinho nos depara un poco de todo, incluyendo un celebrado y descacharrante número musical. La poliédrica realidad impone un relato multiforme, quizá imperfecto pero elocuente, que promueve el debate y llama a la acción. Por supuesto se ataca enérgicamente al capitalismo, pero sin rehuir la crítica a una izquierda desorientada e incluso al propio cine, con el protagonismo que cobra en el último tercio el personaje del realizador Daniele Incalcaterra (no por casualidad, autor del documental Fábrica sin patrón, 2005). Su presencia, etérea y desconcertante, bien podría representar a esa izquierda que teoriza sobre una revolución que deja para otros.


Este sano ejercicio de autocrítica metacinematográfica la practica también Guido Hendrikx en el epílogo de Stranger in Paradise, artefacto discursivo centrado en un aula, que busca en los extremos y la confrontación, para denunciar la cruda realidad de la inmigración en Europa. Aquí es un actor el que, tras el rodaje de un ficticio documental (análogo al propio film), entabla conversación con varios inmigrantes en la calle, revelando la enorme distancia que los separa.

Milla (Valérie Massadian) y Niñato (Adrián Orr) apuestan por un enfoque realista más reconocible, basado en la cotidianeidad de sus personajes: Milla, una chica que se queda viuda en pleno embarazo, y David “Niñato”, padre separado que busca abrirse camino como rapero, mientras sigue viviendo con sus padres. Aunque la primera sea más pictórica y la segunda recurra a la cámara en mano, ambas son herederas de los sufridos retratos de clase obrera de los Dardenne. Milla hace un uso inteligente de la elipsis, bascula entre la distancia del tableaux y la proximidad del gesto. Lástima que se alargue, de manera anticlimática, en su tramo final. Niñato, con la que Orr vuelve a la familia Ransanz (véase el corto Buenos días, resistencia), confía en cambio en que la cercanía de la cámara y el material real de base lo digan todo. Aún así, nos depara algún momento reseñable, como el de los niños desperezándose, ya presente en el corto.


Si el sueño de David es vivir de la música, el de Cory, protagonista de California Dreams, es ser actor. El film de Mike Ott juega peligrosamente con el patetismo de sus personajes (que alguien me explique el porqué de esas entrevistas sobre sexo, en el interior de un coche). Lo más interesante de California Dreams es su desenlace, en el que tiene que ser otro sueño, otra irrealidad, lo que consiga sacar a Cory de su estancamiento, poniendo así de manifiesto cómo estamos dispuestos a insistir en nuestros sueños mientras no dejen de ser sólo eso.


Más decidido resulta Manolo, el septuagenario de Donkeyote (Chico Pereira), cuyo deseo consiste en viajar hasta EEUU para realizar, junto a su burro Gorrión, la ruta que hicieron los indios Cherokees cuando fueron expulsados de sus tierras. No falta una fogata nocturna, entre otras referencias al western, en esta entrañable aventura (seguramente, la favorita del público), en la que la resistencia del simpático jubilado andaluz que quiere seguir caminando topa con la del burro que teme cruzar un puente.


Sin salir de Andalucía, El mar nos mira de lejos (Manuel Muñoz Rivas) ahonda aún más en la importancia del paisaje, al acercarnos a los escasos habitantes costeros del Parque Natural de Doñana. El debut en la dirección del montador de Dead Slow Ahead (Mauro Herce) bordea los peligros del encantamiento estético pero, al contrario que el film de Herce, ofrece también algún momento de humanidad digno de mención: los consejos de veterano a un chico para elaborar una red de pesca más resistente, la relación de amistad-amor entre los dos jóvenes, o incluso un fantasmal retrato colectivo a la luz de otra fogata nocturna. De hecho, como en Milla, un embarazo acaba simbolizando el espíritu de lucha y regeneración. La contemplación de un mundo que se resiste a desaparecer justifica en parte la propuesta de Muñoz Rivas, Premio de la Crítica.

Curiosamente, otra película paisajística con título marítimo y reconocida en el palmarés por la Crítica (con una mención especial) comparte con El mar nos mira de lejos el dudoso honor de haber tenido el mayor número de deserciones de la sala. El mar la mar (J.Bonnetta, J.P.Sniadecki) es un arriesgado ejercicio de cine vanguardista y antropológico, un estudio espacial resultado de varios años de observación. Fronterizo, como el desierto de Sonora que lo protagoniza, puede caer del lado de lo pretencioso o de lo sublime. Afín al cine de James Benning, El mar la mar hace visible la dimensión política y social del paisaje americano, y desemboca en un lirismo sobrecogedor. No es film de un solo visionado.


La voz en off es un relato sin cara por motivos de seguridad en El mar la mar. En Taste of Cement (Ziad Kalthoum), sin embargo, se trata de un recurso para hacer de la historia de uno, la historia de todos. Después de una primera mitad impecable, aunque no muy novedosa, el director sirio abandona su sinfonía de Beirut y se la juega, primero, con un montaje paralelo (plano de videojuego de un taque destruyendo edificios, contra obrero y grúa en pleno trabajo de reconstrucción) y a continuación, introduciéndonos literalmente en las ruinas de Siria para rescatar supervivientes tras un bombardeo. Kalthoum tampoco renuncia al retrato, centrándose sobre todo en las miradas de los trabajadores. En su juego entre lo poético y la denuncia, Taste of Cement se acerca a la china Behemoth (Liang Zhao), vista en L’Alternativa el año pasado, pero escapa mejor de los peligros de la estética del sufrimiento. Los planos en los que la obra parece encarcelar a los obreros o el picado con el que los vemos desaparecer como hormigas (tras el toque de queda) están cargados de significado.


En fin, abríamos este texto con Emma Goldman y con ella lo cerramos, ya que la última de las películas a competición, Acts and Intermissions, es precisamente un acercamiento a la figura de la anarquista lituana. La veterana cineasta experimental Abigail Child ha realizado un montaje didáctico y laborioso pero discutible, con demasiado texto en pantalla e innecesarias recreaciones de cine mudo. Pero lo más imperdonable es que una película sobre Emma Goldman no te levante de la butaca con el puño en alto.


Esperemos que no sólo la multipremiada A Fábrica de Nada encuentre distribuidor en nuestro país. L’Alternativa arriesga, y a las osadas pertenece el futuro.




© Xavier Romero, noviembre 2017

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