DISCO. Cuando todo dolor es señal de que
la fe en Dios no es suficientemente fuerte
La película noruega Disco, dirigida por Jorunn Myklebust Syversen y programada en el último D’A Film Festival de Barcelona, muestra el cristianismo evangélico extremo en Noruega hoy. Los hechos que relata se basan en testimonios reales obtenidos durante la investigación previa que llevó a cabo la directora.
Un motivo central del film es el uso que algunas comunidades cristianas carismáticas hacen de la tecnología, y demás parafernalia audiovisual, en su ejercicio de poder. Mirjam, la joven protagonista, pertenece a una congregación donde los cultos son intensos espectáculos con luces de neón, proyecciones, máquinas de humo, baile y música ensordecedora. Sin embargo, la crítica a la religión no viene tanto por su apropiación de estos medios expresivos, como por el adoctrinamiento autoritario según el cual todo dolor solo puede aliviarse purificando la fe. Dominada por esta concepción y con un dolor emocional creciente, pese a sus esfuerzos por “mejorar”, Mirjam acabará sintiéndose atraída por otra congregación que, aparentemente, cultiva lo simple, lo natural, lo puro.
En Disco, los medios de transmisión son omnipresentes. Mirjam los encuentra donde quiera que vaya: en la congregación Friheten (La Libertad), donde es la líder juvenil, en la comunidad de baile disco freestyle, donde es toda una estrella, o en su propia casa. Disco es la historia de una chica de diecinueve años presionada hasta el extremo y sin una voz propia para resistir. Una joven talentosa, pero atrapada en un régimen donde cualquier matiz y forma de dolor se interpreta como signo de que tu fe en Dios flaquea. Así, cuando se cae durante una actuación, la única explicación que recibe es que su relación con Jesús no marcha bien, que el diablo ha instalado en ella una duda que consume sus fuerzas. La solución es creer más y dedicarse más. No hay espacio para el diálogo. La lucha de Mirjam carece de lenguaje y, por lo tanto, el diálogo no es el elemento impulsor de la película.
La alta concentración de canales comunicativos en Disco no solo sirve para crear una sensación de simultaneidad realista —estamos en la sociedad digital y obviamente las sectas religiosas maximizan también las posibilidades de estos medios. Además, y esto es lo más interesante, cumple una función narrativa, como vamos a ver a continuación.
En los primeros compases del film, Mirjam lee en voz alta la parábola bíblica del Sembrador a un grupo de niños y niñas de la congregación. Al mismo tiempo, una mujer (la esposa del pastor de la congregación a la que Mirjam se unirá más tarde) filma a los pequeños con una cámara de vídeo. Myklebust Syversen intercala imágenes captadas por dicha cámara. Queda claro que los niños reaccionan a esta filmación diegética. Una niña sonríe mucho, se avergüenza cuando la vemos a través de la cámara en mano. Esto nos conduce a una reflexión sobre si los medios de comunicación logran representar la realidad. ¿Los niños se involucran realmente o se sienten exigidos al ser filmados? ¿Están los congregantes de Friheten felices de ser salvados o su éxtasis se debe a los efectos espectaculares?
Al acabar la lectura, se pregunta a los niños qué piensan de la historia. Una niña responde que cuando no ves las imágenes, tienes que crearlas en tu cabeza, como si fuera una película. Su respuesta sirve como reflejo de que cualquier narrativa se construye y, por lo tanto, no es una representación directa de la realidad. ¿Es cierta la interpretación que Mirjam les hace de la parábola, es decir, que el diablo trata de evitar que la palabra de Dios nos salve? Una niña más pequeña repite lo que dijo la anterior: “Cuando no ves las imágenes, tienes que crearlas en tu cabeza”. Su imitación tiene un efecto cómico, pero es ante todo una reflexión sobre lo fácil que es adoctrinar, ya que nuestra necesidad de reconocimiento social nos empuja a adaptar nuestras afirmaciones a lo que suponemos que "caerá en buena tierra". La inclusión intermitente del punto de vista de una cámara diegética, dentro de la ficción, nos recuerda que estamos presenciando una obra de arte, una crítica a la religión que está mediada y dramatizada.
Ya en la secuencia de arranque vemos la función narrativa de la representación de los distintos canales comunicativos, así como la combinación de modalidades a la que recurre Myklebust Syversen. La cámara se aproxima a Mirjam que, vestida con su brillante traje de baile y muy maquillada, alterna sonrisas radiantes con una expresión de agobio, como si estuviera a punto de hundirse. Todo acompañado con una versión instrumental de algo tan simbólico como el himno nacional. Sus sonrisas son obviamente de cara a la galería. No será difícil “documentar” que Mirjam es una campeona orgullosa y feliz. Nosotros en cambio, como espectadores externos, podemos ver el esfuerzo que le supone entregar al público y a los medios lo que estos esperan de ella. La presión queda marcada de inicio.
Tras la ceremonia de entrega de premios, Mirjam se convierte en objeto fotográfico otra vez. Myklebust Syversen la retrata con su cámara pero también a través de la Tablet de una instructora, evidenciando así que quienes accedan a la muchacha a través de la sesión de fotos de la instructora verán una chica vital y triunfante, cuando justo antes nosotros la hemos visto vacía y cansada. Además, la directora noruega interrumpe abruptamente la sesión de fotos con una imagen de Mirjam inclinada sobre la taza del váter y vomitando. Incluso su madre está involucrada en la adoración de esta fachada y presiona a su hija para que siga posando hasta que las publicaciones en las redes sociales queden perfectas.
Después de un culto en Friheten, Mirjam se encuentra con su madre, su padrastro — que también es pastor de la congregación — y otros congregantes. Todos se jactan de la joven y están de acuerdo en que tendrá éxito en la próxima competición de baile y que Dios, sin ninguna duda, tiene planes muy especiales para ella. Mirjam apenas habla. La imagen bascula para mostrar que se está mareando por todas las expectativas vertidas sobre ella. El foco absoluto en Mirjam dentro del mundo de la representación reprime su autonomía y sus oportunidades para dar paso a sus propios sentimientos, pensamientos y dudas.
Durante otro culto en la congregación, el padrastro rinde homenaje a su mujer. La imagen idílica y falsa de su familia que el hombre ofrece públicamente hace que Mirjam se sienta mal, por lo que decide abandonar la sala. Aún así, no hay espacio para su reacción. Las cámaras la persiguen. El vestíbulo está lleno de pantallas de televisión que transmiten el sermón. Incluso las ventanas reflejan las imágenes de las pantallas de televisión que muestran al padrastro hablando. La posible mediación simbólica de libertad de la ventana queda pues frustrada. Hasta en el baño hay un altavoz por el que puede oírse el sermón. Mirjam vomita antes de verse reflejada en un espejo que, sin embargo, tampoco simboliza una confrontación consigo misma. Tal encuentro no es posible cuando el mensaje autoritario del padrastro la rodea por todas partes. Así, solo se arreglará un poco el maquillaje para regresar a la asamblea, al mundo de la representación.
De vuelta a la competición, Mirjam “falla” otra vez. No consigue dominar el baile como antes. Cuanto más evidente es que no está bien, más le proclaman que debe purificar su fe, hacerse tan hermosa por dentro como por fuera, como le dice su padrastro. En una secuencia que comienza con Mirjam tendida en el suelo escuchando un podcast, vemos otra vez la función narrativa que cumplen todos los elementos transmisores, junto al montaje, para transmitir la lucha de la protagonista. De estar pasivamente en el suelo, escuchando a un predicador carismático estadounidense, pasamos a verla corriendo, con auriculares en los oídos. El podcast — el mensaje del predicador de que Dios puede librarnos de la depresión y la ansiedad, que son los vínculos del diablo — es lo que une las dos escenas, y la función es hacernos entender que Mirjam, en su desesperada batalla contra el dolor, se llena de “alimento espiritual” siempre que puede.
Justo después, la cámara se aleja del personaje. Vemos el bosque y el estanque por el que corre. Todo queda en silencio. Mirjam desaparece por completo. Es como si se hubiera liberado de la mirada de la cámara, y por lo tanto del mundo de las representaciones. En la siguiente escena se baña en el estanque. ¿Es el agua aquí un símbolo de libertad? ¿O es un ritual de purificación, un bautizo?
El agua es un motivo central en Disco desde el principio. En los primeros segundos de la película, solo escuchamos el sonido de las olas, antes de que veamos el mar y el cuerpo de la protagonista. No está claro si está flotando voluntariamente o si está muerta, hasta que, finalmente, la vemos moverse y sumergirse plácidamente. El simbolismo ambiguo del agua queda introducido. En varias escenas el agua está presente como un elemento que le da a Mirjam sustento, distracción, refugio, pero que también casi la mata.
El baño en el estanque, con toda su paz y belleza natural, representa la transición a algo aún peor, a saber, el encuentro con una congregación que, en la superficie, adora la pureza. Mirjam se une a un campamento de verano en un entorno natural tranquilo, participa en canto a capela y escucha el sermón evocador y discreto del pastor. Sin embargo, ignora que el problema no reside en el ruido, ni la decoración, las formas de arte, la tecnología — lo artificial y lo representado, en oposición a lo natural y lo original. En esta congregación aún hay menos espacio para encontrar un idioma para el dolor que padece. La sugestión, visualizada por el hecho de que todos van vestidos de blanco, y el adoctrinamiento de que todo es cuestión de volverse puro para Dios, resultan aún más extremos.
Tras presenciar y ser sometida a violentos rituales de pureza, Mirjam pasa un rato a solas con el pastor. Aquí no hay cámaras ni altavoces pero Myklebust Syversen encuadra a los personajes delante de una nueva ventana que, como las del vestíbulo de Friheten, tampoco representa una vía de escape. La ventana no solo permanece cerrada, sino que a través de ella podemos ver, muy cerca, al resto de los participantes del campamento, sentados, cubriendo el plano. Algo ha tapado los sentimientos de Mirjam. Por eso, cuando el pastor interrumpe el silencio para preguntarle con suavidad: ¿te sientes mejor ahora? ¿ves con más claridad?, ella solo puede responder afirmativamente. En realidad, es la única respuesta posible. Seducida por la propaganda de que la solución es ser más pura para Dios, termina más alejada de sí misma.
© Heidi Karlsen, septiembre 2020