BURNING + UNDER THE SILVER LAKE.
BAILES MELANCÓLICOS.
La tristeza es inherente al capitalismo
(David Foster Wallace)
Introducción
El cine es caprichoso. Cuando me di cuenta de que las dos películas del último Sitges que más seguían resonando en mi cabeza, días después, eran Burning (Lee Chang-Dong) y Under the Silver Lake (David Robert Mitchell), pensé que, excepto por su extensión (ambas se acercan a las 2 horas y media), no podía tratarse de dos trabajos más distintos. La primera, precisa y de luces tenues, se basa en la contención. Su misterio, cocinado con paciencia, provoca interrogantes nunca explicitados en la pantalla, conduciéndonos inexorablemente a un clímax seco y breve que, pese a todas las pistas, resulta turbador. La segunda, en cambio, es luminosa, expansiva y multirreferencial, apunta en muchas direcciones, interpela al espectador y se cuestiona constantemente. En clave literaria, sabemos que Lee Chang-Dong se basa en un relato de Murakami (Barn Burning), inspirado a su vez en otro, homónimo, de William Faulkner; mientras que Robert Mitchell bebe tanto del estilo laberíntico y digresivo de Thomas Pynchon (Inherent Vice) como de los comics de Daniel Clowes (en especial de Como guante de seda forjado en hierro). También en términos musicales, Burning y Under the Silver Lake parecen muy alejadas. Si la coreana sería como un tema de jazz suave, la americana estaría mejor representada por una canción de pop-rock alternativo.
Sin embargo, fruto también de una cocción a fuego lento, intentando decidir sobre cuál de estas dos películas escribir, empezaron a surgir en mi cabeza parecidos razonables entre ambas. El primero, ya en lo meramente argumental, la insistente búsqueda que sus protagonistas masculinos (Jongsu y Sam) llevan a cabo para encontrar a sus respectivos objetos del deseo, dos chicas que desaparecen de forma misteriosa. A partir de aquí, ya se sabe, uno empieza a tirar del hilo y…
Miles Davis y R.E.M.
Mencionaba antes el género musical en el que se inscribiría cada una. La asociación no tiene mucho mérito. De hecho, en la escena más memorable de Burning, vemos a la joven Hae-mi a contraluz, bailando en topless al son de la trompeta de Miles Davis, bajo el manto de una puesta de sol, y de espaldas a los dos chicos que la pretenden. Es quizá la única referencia cinematográfica explícita del filme de Lee Chang-Dong (en contraste con Under the Silver Lake, que está plagada de ellas), ya que el tema en cuestión pertenece a la banda sonora de Ascensor para el cadalso (Louis Malle, 1958). También la película de Robert Mitchell nos depara una escena de baile antológica, aquella en la que Sam interrumpe su conversación con una chica en una fiesta y arranca a bailar frenéticamente con What’s the Frequency Kenneth?, canción de R.E.M. de 1994.
Aparentemente, el baile sensual de Hae-mi, por un lado, y el desgarbado de Sam, por otro, tienen poco que ver. Pero, pensándolo un poco, ¿no se trata acaso de dos expresiones de un mismo deseo, desesperado, de sentirse vivos y partes de este mundo? Hae-mi, efectivamente, es una chica que no encuentra su lugar. Por ello, desaparece dos veces. La primera, a causa de un anunciado viaje espiritual a África, resuelto elípticamente, que no hará sino acentuar la melancolía del personaje. La segunda, más metafórica, poco después de su mencionado baile crepuscular. Sam, por su parte, se aferra a una ilusión (un ideal de belleza, la cultura popular que le ha definido toda su juventud), a la vez que, como el protagonista de la canción de R.E.M., trata de entender cuáles son las motivaciones de su generación y adónde nos han conducido: I'd studied your cartoons, radio, music, TV, movies, magazines (...) You wore our expectations like an armored suit, I couldn't understand.
Paranoia y capitalismo
Resulta especialmente significativo que el baile de Hae-mi en Burning tenga lugar en una parcela desde donde puede escucharse, por megafonía, la propaganda de Corea del Norte, y que la joven esté encarada, precisamente, hacia la línea fronteriza. De hecho, se trata de la tercera ocasión en que la vemos bailar, y las dos anteriores anticipan, de algún modo, esta escena. Al principio del film, Hae-mi baila mecánicamente para atraer clientes en la entrada de una tienda. De vuelta de su estancia en África, imita un ritual africano para expresar hambre, y aunque en principio lo haga para satisfacer la curiosidad de sus compañeros de mesa (todos de clase alta), acaba abstrayéndose y causando miradas de circunstancias y algún bostezo. Así pues, a través de sus bailes, Hae-mi pasa del reclamo consumista a la réplica ritual y de esta, a la expresión libre y la entrega total, una vez alcanzado el límite entre este mundo y otro que no podemos ver.
Además de buscar chicas desaparecidas, Sam comparte con el protagonista de Burning una situación precaria: los dos están en paro. Claro que mientras que Jongsu va sobreviviendo con pequeños trabajos temporales en Paju, y se le intuye un deseo de ascender socialmente, Sam vive en un vecindario residencial de Los Angeles, está a punto de ser desahuciado y no parece demasiado preocupado por ello. Ambos, eso sí, son resultado de un capitalismo feroz que ha desvinculado definitivamente el esfuerzo personal del acceso a la riqueza, a la vez que ha creado unas necesidades ficticias para mantenernos dentro del sistema.
La lucha de clases está presente, de alguna manera, en las dos películas. Lee Chang-Dong, ministro de cultura entre 2003 y 2004, subraya la polarización entre una clase obrera que nunca va a poder prosperar y otra que ha hecho fortuna no se sabe bien cómo, pero cuyas formas de vida, sin embargo, no se distinguen tan fácilmente. Jongsu se siente claramente intimidado por Ben, tercer vértice del triángulo amoroso, a quien compara con el Gatsby de Scott Fitzgerald, llegando a obsesionarse por él. Durante algún tiempo, llegamos a percibirlos como las fuerzas del Bien y el Mal. Ben parece erigirse en némesis de Jongsu, sin dejar de representar aquello que, probablemente, este querría tener (atractivo físico, refinamiento, estatus social,…). Jongsu vive en un estado de rabia contenida, heredada de su padre, y mira con rencor un mundo sofisticado frente a él, una postmodernidad en la que, como el propio Lee Chang-Dong dice, “sabemos que algo está mal, pero los problemas exactos siguen siendo un misterio”.
En Under the Silver Lake, en cambio, David Robert Mitchell nos viene a decir que en una sociedad donde todo está sobreexpuesto, el misterio es un estímulo perdido. Por eso acaba siendo una necesidad imperiosa para Sam, y siempre será preferible (re)construirlo, aunque esto pueda conducirnos al límite de la paranoia, tema central del cine norteamericano encarnado por el escritor de comics que vive encerrado en su casa, rodeado de cámaras y descifrando códigos secretos. Este personaje acabará siendo clave para que Sam acceda a un mundo oculto en el que, entre otras cosas, los hombres más ricos esperan en bunkers, rodeados de groupies, a salvo de un apocalipsis que parece inevitable. Nuestro particular detective volverá de su viaje sin haber resuelto gran cosa, pero un gesto final parece sugerir un retorno a lo primigenio, a una época de ideales más simples, cuando aún se podría haber evitado la catástrofe. Por eso, no es de extrañar que después de tantos vericuetos, Sam acabe interpelado para guardar silencio, un silencio que en Burning permite a Jongsu esconder su ira, aunque ¿hasta cuándo podemos permanecer callados?
© Xavi Romero, noviembre 2018