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Atlàntida Film Fest 2022. Identidades en fuga.


Desafortunadamente este año no hemos podido asistir al Atlàntida Film Fest de manera presencial. Sin embargo, la generosa oferta de Filmin nos ha permitido hacernos una idea muy aproximada de la selección efectuada por el festival mallorquín este año. También nos lo ha puesto fácil el hecho de que varias de las películas programadas ya las hubiéramos visto en otros festivales. Así, podréis encontrar referencias a Softie (Samuel Theis), Bruno Reidal (Vincent Le Port), Atlantide (Yuri Ancarani), Guermantes (Christophe Honoré) y La amiga de mi amiga (Zaida Carmona) en nuestra crónica del D’A 2022. Del mismo modo, os remitimos a la de Sitges 2021 para leer nuestros comentarios sobre Earwig (Lucile Hadzihalilovic), After Blue (Bertrand Mandico) She Will (Charlotte Colbert) y The Dawn (Dalibor Matanic). En todo caso, celebrar que el Atlàntida haya llevado a Mallorca todo estos títulos, en especial la audaz Atlantide, la inclasificable After Blue y la sombría Earwig, tres obras extraordinarias que esperemos encuentren acomodo en salas comerciales.


Centrándonos en la sección oficial a competición, el festival ha mostrado una cierta predilección por los retratos juveniles al límite, acompañados de complejas reflexiones en torno al amor. Sin ir más lejos, la elegida por el jurado como mejor película, Softie (Petite nature)–que ya había obtenido idéntico galardón en el D’A- está protagonizada por un chico de diez años que se enamora de su profesor. Más allá de ese detalle argumental, se trata de un trabajo más que correcto y que, ciertamente, te mantiene interesado hasta el final, pero cuyo andamiaje y tratamiento formal conocemos sobradamente.

Dos películas finlandesas han coincidido en abordar el amor lésbico en la adolescencia: Heartbeast (Aino Suni, 2022) y, fuera de concurso, Girl Picture (Alli Haapasalo, 2022). La primera está protagonizada por una joven rapera que se enamora obsesivamente de una bailarina. El diálogo que se establece entre cuerpo y música, así como la hábil inclusión de las redes sociales en el devenir de la trama, estarían entre sus mayores atractivos, al menos a priori. Visualmente es hija de los delirios coloristas de Gaspar Noé y Nicholas Winding Refn. A pesar de subvertir el cuento romántico de manera violenta, tampoco en lo narrativo va mucho más allá.


Girl Picture, por su parte, supuso una pequeña y agradable sorpresa para el que esto escribe. Es una película con clara vocación comercial (dentro de un universo indie, se entiende). No en vano, venía precedida del premio del público en Sundance. Su envoltorio es, ciertamente, ligero. Sin embargo, ofrece algunos apuntes interesantes sobre el amor, el sexo o la amistad, transitando lugares comunes pero sin caer en estereotipos ni discursos de género trillados. Lo mejor de todo es que resulta imposible no empatizar con sus tres protagonistas. Y eso es gracias a unas estupendas interpretaciones, un buen guión (lástima de un final algo apresurado y demasiado amable) y una frescura en la realización que hace el conjunto emotivo y creíble.


El premio del público del AFF –curiosamente, más arriesgado que el del jurado- fue a parar a Soul of a Beast (Lorenz Merz, 2021). Estamos ante otro tratado juvenil sobre el amor romántico -en esta ocasión, con una paternidad de por medio y un triángulo amoroso formado por dos amigos y la novia de uno de ellos. Aunque formalmente en las antípodas de Girl Picture, ambas son fruto palpable de la idiosincrasia vital y estética de la generación Z. Merz opta por un montaje rápido de planos muy breves, así como una mezcla de elementos muy sui géneris, fagocitando por momentos a Wong Kar Wai (esos paseos en moto, los ralentís…), Tetsuya Nakashima (el mencionado montaje acelerado, el surrealismo histérico…) o Gaspar Noé (en esta ocasión, más en la libertad narrativa que en lo puramente estético). Aunque conceptualmente justificable, el batido (narrador japonés incluido) acaba siendo algo indigesto. Sus casi dos horas de viaje deparan momentos sensorialmente meritorios, pero es en el desenlace donde la balanza se decanta en su contra, al retomar una escena climática sin otro propósito aparente que recrearse en su formalismo.


La misma dinámica del triángulo amoroso (cambiando mejores amigos por hermanos contrapuestos) y el mismo ritmo irrefrenable, si bien aquí de corte mucho más clásico, imperan en Les magnétiques (2021), ópera prima de Vincent Cardona. Cardona recurre a la nostalgia para evocar el amor desaforado de la primera juventud, así como el sentimiento de libertad de una época irrepetible. El triunfo de François Miterrand, las emisoras de onda libre… Un film entretenido en el que el empleo de la música pasa por encima de una trama bastante convencional y carente de profundidad.


Velocidad es la palabra que define también a la lituana Runner (Andrius Blazevicius, 2021), frenético retrato de una joven cuidadora que busca desesperadamente a su novio, desaparecido tras sufrir un brote psicótico. Su odisea está marcada por la progresiva paralización de un brazo, la intermitente presencia de un perro negro -referencia velada a la melancolía de Winston Churchill- y una banda sonora crepitante que nos advierte de que algo no va bien. Y es que el interés de Runner está en presentar los cuidados como una enfermedad (adictiva) en sí misma y en cuestionar tanto los roles de género tradicionales, como los conceptos de libertad y amor sacrificial. Blazevicius evita sobrecargarnos de información sobre sus personajes, lo que nos permite vivir la experiencia de la protagonista con toda su complejidad intacta.


En La colina donde rugen las leonas (Luàna Bajrami, 2021) la carrera se transforma en un grito. Pero en ambos casos las mujeres protagonistas no encuentran salida al contexto que las comprime. En su debut en la dirección, Bajrami nos cuenta la historia de tres amigas, atrapadas en algún lugar de Kosovo, que quieren estudiar en la universidad. Como ellas, la película parece querer volar en algunos momentos sin conseguirlo. La cámara se mueve con agilidad pero el guión sufre de arritmia. El viaje a ninguna parte es atractivo, aunque no está del todo aprovechado. El giro hacia el thriller, aunque justificable, resulta poco creíble. El personaje masculino no aporta nada, la relación lésbica llega tarde y el plano final busca un impacto que desconcierta más que otra cosa.

Ambientada en Palestina en 1948, Farha (Darin J. Sallam, 2022) también está protagonizada por una chica atrapada que quiere estudiar. La primera media hora, efectivamente, se centra en la lucha de la joven Farha por convencer a su padre de que le permita abandonar el poblado. Antes de poder hacerlo, estalla la Nakba (la catástrofe). Lo que sigue son 50 minutos filmados desde el interior de la despensa en la que el padre ha encerrado a su hija para protegerla. Este dispositivo es la gran baza del film y, aunque tiene su mérito y sus momentos de interés (especialmente cuando solo podemos guiarnos a través de los sonidos), el debutante Sallam no puede evitar caer en los efectismos de una película de suspense al uso. Así, los resquicios de la puerta se harán más grandes para poder encuadrar perfectamente los horrores de la guerra y, de paso, dar un golpe de efecto con la inesperada reaparición del padre.


Algo parecido le ocurre a Europa, primer largo del irakí Haider Rashid, presentado fuera de concurso. La claustrofobia aquí es exterior y viene generada por una cámara que se pega como una lapa a Kamal, un joven inmigrante ilegal que intenta cruzar la frontera entre Turquía y Bulgaria, para hacernos vivir una experiencia inmersiva. La idea puede parecer arriesgada, pero la cinta se convierte en un survival como muchos otros. De nuevo, el mayor interés radica en el uso del ruido de fondo para crear tensión. La mejor escena, de hecho, viene dada por una emisora de radio en un coche que ni el protagonista ni nosotros (no hay subtítulos) podemos entender. Este sentimiento de indefensión e incertidumbre compartido culmina en un plano final de siete minutos en una barca. Tanto la escena del coche como la que precede al mencionado último plano, tienen como coprotagonistas a sendos personajes que parecen dispuestos a ayudar a Kamal, pero ellos son Europa, una eterna promesa incumplida.


Las montañas en Una femmina. Código de silencio (Francesco Costabile, 2022) constituyen otra frontera infranqueable. El aislamiento es clave para entender una violencia que, en este caso, proviene de la mafia calabresa y que comporta un código de silencio que oprime especialmente a la mujer. Por supuesto, la protagonista acabará rompiéndolo. Basada en un hecho real, la ópera prima de Costabile es una historia de venganza, cocinada a fuego lento, visualmente bastante lograda pero algo reiterativa y sin mayores sorpresas.

La mayoría de los retratos descritos constituyen una galería de identidades en lucha, ya sea por reivindicarse, por ser reconocidas o por liberarse de ataduras. En este sentido, una de las propuestas más interesantes que ha ofrecido el AFF ha sido Miss Osaka (Daniel Dencik, 2021), en la que la crisis de identidad es tal que la huida es ya de uno mismo. Dencik confiesa haberse inspirado en El reportero de Antonioni (no en vano, Miss Osaka incluye un explícito guiño a Blow-Up) para contarnos la historia de Inés, una mujer apocada y ensombrecida por su marido, que asume la identidad de María, una reciente amiga a la que idolatra, cuando esta se suicida. El contraste visual entre la fría Noruega y una Japón de luces de neón, la fantástica interpretación de Victoria Carmen Sonne y el racionamiento de una información justa confieren al film la sensación de constante extrañeza, de viaje iniciático ambiguo, que nos devuelve a la casilla de salida. Una vez comprobado que puedo ser quien quiera ser, quizá sea el momento de empezar a ser uno mismo.


El Atlàntida Film Fest sigue en Filmin hasta el 25 de agosto.


© Xavier Romero, agosto 2022.

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