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¡Vamos, Nicolas!



Es curioso, viendo la primera tanda de cortos a competición de la 50ª edición del Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya, pensé que todos tenían voluntad de largo, que más que contarnos una historia en cinco minutos, sus autores buscaban postularse como futuros directores rentables en taquilla (algo perfectamente lícito), presentando lo que podrían ser, en realidad, fragmentos extraídos de un largometraje. El mismo día vi Mom And Dad (Brian Taylor) y pensé que era todo lo contrario: un largo con voluntad de corto. No es que el director alargue en exceso algo que no da para tanto, es que su película, que desarma por su absoluta falta de pretensiones, tiene el espíritu joven de quien hace su primer corto como si no hubiese un mañana, es decir, como un fin en sí mismo.


Eso parecía saber parte del público congregado en el Retiro para aquella sesión. Quizá por ello, segundos antes de la proyección, se vivió uno de esos momentos fantásticos en los que la platea cobra un inesperado protagonismo. Nada más apagarse las luces, un espectador anónimo gritó: “¡Vamos, Nicolas!”. Aquella muestra de ánimo iba dirigido a Nicolas Cage, protagonista de Mom And Dad. Se había publicitado que en esta película el actor daba rienda suelta a su faceta más desacomplejada, su histrionismo más caricaturesco. Y como aquel espectador, buena parte del público quería ver precisamente eso: a Cage pasado de rosca. Por eso, la reacción generalizada de la sala fue sumarse a los vítores y aplaudir no sólo al actor (antes de ver su trabajo) sino también al propio espectador anónimo, cabecilla de un sentimiento compartido.


Pero lo más interesante del grito “¡Vamos, Nicolas!” es que presupone que la película es en directo y que, por lo tanto, dejará de existir en menos de hora y media. Nicolas Cage es percibido, por un instante, como un boxeador a punto de subir al ring, un atleta a punto de saltar para batir su propio récord. Cuando el rayo de luz del proyector vuelva a iluminar (aunque más tenuemente) la sala, nuestro héroe cobrará vida. Y no querremos pensar en todo el trabajo que acarrea hacer una película. No querremos imaginar qué podría hacer el director con más dinero. Lo que realmente nos importa es el aquí y ahora, vivir el presente y, de manera más inconsciente, recuperar la inocencia del primer espectador de cine.


Sabido es que si “los catalanes hacen cosas”, el público de Sitges en particular es muy dado a aplaudir cosas (véase al respecto la genial tira cómica de Guillem Dols, publicada en el diario del festival y que ilustra –espero que no le importe- este pequeño texto). Pues bien, otro “momento público” para el recuerdo de Sitges 2017 lo protagonizaron los aplausos al final de la escena del pastel de A Ghost Story (David Lowery). Acostumbrado a escucharlos, principalmente, con todo tipo de asesinatos (catárticos, brutales o coreográficos), siempre nos quedará la duda de si los aplausos escuchados en el Auditori, al final de los nueve minutos del plano fijo de la protagonista femenina, recién enviudada, comiéndose un enorme pastel de chocolate en la cocina (primero de pie y luego sentada en el suelo), fueron pura ironía, una expresión liberadora o un reconocimiento a la osadía del director. Me pareció esto último pero… chi lo sa? Misterios de la platea.




© Xavier Romero, octubre 2017

Tags:

Sitges 2017

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