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Perros que ladran: cine colombiano



Escribo este texto mientras humean las hogueras y crepitan las últimas brasas de la noche de San Juan. Solsticio de verano donde arde lo antiguo y se venera lo nuevo para volver a quemarlo al año siguiente. Solsticio que coincide con la quema de los más de 50 años de guerra en Colombia. Pira que arde en La Habana con los buenos propósitos de todos por la paz y la reconstrucción. Paz con justicia social. Y mientras miro una hoguera gigante en l'Avinguda Mistral y recibo llamadas desde la Plaza Bolivar en Bogotá, la pirotecnia explota aquí y allá dándome una extraña sensación.


En esas estaba que al llegar a casa me pongo con este texto pendiente. ¡Ahorita! ¡Ahorita! Que le voy diciendo a Mariana de Cinergia desde hace días.


PANORAMA DE CINEMA COLOMBIÀ. Del 8 a l'11 de juny 2016. Barcelona. Cada pel·lícula és una trobada, cada projecció és un debat, cada dia és una festa.


Eso reza el programa. Reza y peca. Organizada por “El perro que ladra, Barcelona” llegan a la 4a edición. La Moritz patrocina.


Empiezo por atrás, por el final, de cuando voy a la mesa redonda con Nicolás Rincón, Jorge Caballero, Nelly, Xavi y Lina. Vemos el corto Besos fríos que forma parte de una obra conjunta Campo hablado del mismo director. Él mismo comenta que unos de los objetivos de su trabajo es ver que pasa con el saber popular cuando es golpeado por la violencia. En el corto, una madre con un hijo desaparecido cuenta como este le visita por las noches para darle un beso. Ante la ausencia trágica, la madre necesita de alguna manera que él continue a su lado y genera su fantasma. La obra de Rincón bucea por ese lado de las creencias del campo y de qué es lo que pasa cuando la violencia desplaza personas, las asesina o las desaparece.


Me da por pensar que el cine colombiano es un cine de fantasmas. En muchas películas el que no está sigue estando ahí. La muerte sólo es ausencia, no desaparición. Con tantos muertos en plena juventud no es extraño que una sociedad como la colombiana aun mantenga muchas creencias en lo sobrenatural. Al muerto/ausente (que por lo general se fue demasiado pronto) se le ha de representar para no dejarlo en el olvido.


Ya en la noche, en Zumzeig vemos Noche herida también de Rincón. Me gusta la construcción narrativa del documental. El film avanza pero no hay linea narrativa clásica. No se va desde un punto de partida hacia un final, sino que es un relato a golpe de secuencias en el que poco importa la idea "causa-efecto". Este tipo de narración permite, por un lado, una sensación de "tiempo congelado", personajes que están sujetos al espacio y, por otro lado, ver los ecos del campo en el día a día urbano. La secuencia de la historia del Diablo, la visita de la institución, el baile,... todo pone en representación ese diálogo campo-ciudad. De nuevo, y como el mismo director dijo en el conversatorio, se trataba de ver como esas personas viven a pesar de todo. Y con ellas traen las creencias del campo. Bogotá solo en una lejanía de luces en el horizonte.


Rincón fue el mejor descubrimiento de la semana.


Me quedo con la idea del fantasma en el cine colombiano. Que uno rastrea en el Gótico Tropical en, por ejemplo, La mansión de Araucaima o Pura sangre de Mayolo pero especialmente en el cine más contemporáneo. ¿Qué tal en Siembra de Ángela Osorio y Santiago Lozano, que vimos en estos días? El duelo sobre el ausente y la imposibilidad de dejarlo partir. El desarraigo como resultado de la violencia de la guerra y el desplazamiento. El cuerpo presente que no parte. La lluvia que inunda la estancia. El fantasma que para resurgir necesita enterrar su propio cuerpo. El velorio y lo sobrenatural.

Hay una profunda convicción en algunas de las últimas películas colombianas, como Gente de bien de Franco Lolli, La playa DC de José Andrés Arango o las películas citadas de Rincón (entre otras muchas), en el que el desplazamiento genera narraciones desde lo exterior hacia el interior. Desde la periferia urbano-rural de Bogotá, en donde viven las personas desplazadas, hasta el centro, en donde trabajan o se buscan la vida. Un tránsito en cierto modo fantasmal también. Ya que la muerte a menudo ronda ese camino. Así lo pudimos corroborar en el pase de Las tetas de mi madre de Carlos Zapata en el Pati Llimona (incomodísimo lugar para ver cine). El joven protagonista y su mamá se nos aparecen como fruto de esa violencia del desarraigo (aunque no se mencione pero se intuya) en donde se buscan la vida en el entorno de esa Bogotá furiosa de la Perseverancia y el Bronx. Me quedo con ese personaje interior que va desarrollando su odio en base a lo que le va sucediendo. El clímax final, de balacera, se me antoja tópico. Destruye en buena medida lo grande del film, esa relación imposible madre-hijo.


Del fantasma de Karamakate/Chullachaqui como muestra de lo mítico versus lo racional ya escribí en el último número de Cinergia. Allí defendía que Ciro escoge la opción de la explicación mitológica por encima de la racional, demostrando el peso que todavía tiene en Colombia la creencia en lo sobrenatural y cómo eso define también las narraciones a las que el cine colombiano nos tiene acostumbrados en estos últimos años.


Y desde el respeto al pensamiento mágico y la creencia indígena, la segunda gran sorpresa del Panorama fue Naboba, de Amado Villafaña, realizada por indígenas arhuacos y con la mano sabia de Pablo Mora en la edición. Se me antoja como el reverso de El abrazo de la serpiente, donde por fin veo a un grupo de indígenas preocuparse por la transmisión de sus saberes a través del documental como herramienta poderosa. Y así, mientras que el film de Ciro Guerra planteaba una mirada extraña al mundo indígena, en Naboba los arhuacos incorporan su mirada desde el viaje (también) de la ciénaga grande de Santa María hasta los picos nevados de la Sierra Nevada de Santa Marta, preocupados por el estado de la ciénaga y el agua en la parte inferior de la cuenca. Al llegar al pico Chundua (4850m) realizan los pagamentos a Naboba, la dueña del agua, la madre de todos, que fue promiscua y prostituta pero que cuida del agua y de todos nosotros. Han remontado el río Aracataca en su viaje de conocimiento. No tanto para ellos (que también) sino para todo el resto de los humanos que debemos conocer el valor sagrado del conocimiento. Allá donde no llegó El abrazo... llega Naboba.


Y con esto termino la crónica del festival, en donde las narraciones nos hablaron de fantasmas, de las creencias, de lo popular, de violencia y de desarraigo. Como decía Rincón en la mesa redonda “víctimas que viven sujetas a su propia victimización. Víctimas para las que la vida sigue a pesar de todo”. Con más de 200.000 fantasmas después, víctimas de la guerra, la vida sigue, a pesar de todo. Que la paz sea con justicia social.

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